Como ocurre todos los años, es a partir de ahora cuando los inversores empiezan a pensar en realizar sus aportaciones a los planes de pensiones.
Quizá el producto por antonomasia para planificar la jubilación son los planes de pensiones. Y también es habitual que ésta sea la época de acordarse de ellos aunque, no necesariamente, sea la mejor. La costumbre y las campañas publicitarias, nos conducen a ello, algo que no es malo en sí mismo, pero dejamos de lado otro tipo de razones más importantes.
Cuando se incrementa la cultura financiera y utilizamos el plan de pensiones como un elemento más de nuestra planificación patrimonial, la estacionalidad deja de ser tan marcada. Desde ese momento pasamos a integrarlo como parte de nuestras decisiones financieras del conjunto del año, como lo puede ser el ahorro, los gastos de la vivienda o el pago del coche. Podemos así, realizar aportaciones frecuentes (mensuales, trimestrales) o puntuales, pero que no tienen que coincidir con el final del año.
Por ello, contestando a la pregunta inicial, si no hemos reparado en ello hasta ahora, tenemos de aquí hasta el 31 de diciembre para solucionarlo y plantear cómo lo vamos a organizar en adelante.
Al hablar de la planificación para la jubilación, no conviene olvidar algunos aspectos. Por un lado, el plan de pensiones no es para todos, no tiene por qué ser un producto masivo. Hay que hacer los cálculos, ver si nos lo podemos permitir y si es adecuado dentro de nuestra planificación patrimonial.
Si decidimos contratarlo, hagámoslo con cabeza, y tomemos la decisión en función de parámetros objetivos (rentabilidad/riesgo, plazo esperado, activos en los que invierte…) y no de los regalos que nos ofrecen. Éstos suelen ser un gancho para atraer la atención, pero eso debería ser el último parámetro a valorar. Es más, debe reflejarse en la declaración de la renta como retribución, en especie o en dinero, e incrementa nuestra base imponible del ahorro. Además, suele ocurrir que esos regalos suelen llevar implícita una permanencia mínima en ese producto o en la entidad, anulando nuestra libertad para traspasarlo a cualquier otro plan en un momento determinado.
Como decisión que afecta a nuestras finanzas, debemos valorar, no sólo el beneficio fiscal, sino también el del riesgo a correr, la rentabilidad esperada y el acople en nuestra “estrategia inversora”.
Ponerse en manos de un experto (asesor financiero o banquero privado independiente) que nos ayude en estos temas se vuelve cada vez más necesario para elegir correctamente.
Francisco González Cuervo
Redacción EII