La Unión Europea (UE) se ha apresurado a crear un marco regulatorio para la inteligencia artificial (IA), conocido como el AI Act, que empezará a entrar en vigor el año próximo. ¿Podrá Europa mantener su influencia regulatoria a nivel mundial o esta regulación podría tener efectos negativos en el desarrollo de la IA en la región?
El Efecto Bruselas
El término Efecto Bruselas fue acuñado por Anu Bradford para describir cómo la UE extiende su influencia regulatoria más allá de sus fronteras. Un ejemplo claro es la adopción del puerto USB-C en dispositivos móviles, una normativa europea que ha sido implementada globalmente por varias multinacionales para evitar la fragmentación de sus operaciones.
Otro ejemplo significativo es el Reglamento General de Protección de Datos (GDPR en su acrónimo inglés). Empresas como Meta, Google y Microsoft han adaptado sus políticas de privacidad a nivel mundial para cumplir con esta regulación, mostrando cómo Europa puede imponer estándares internacionales a través de su poder regulatorio.
Sin embargo, en los últimos años, los principales índices bursátiles de EE.UU. y Europa se han distanciado, casualmente a partir del acuerdo del GDPR. Este distanciamiento también se ve reflejado en otras métricas como el de la productividad.
La posición tecnológica de Europa
Una probable causa es que la UE enfrenta un desafío significativo en el sector tecnológico. Solo dos empresas europeas, ASML y SAP, se encuentran entre las 30 de mayor capitalización bursátil, y su liderazgo en sectores como la aeronáutica y la supercomputación depende en gran medida de la inversión pública. La inversión privada en IA en Europa es significativamente menor en comparación con EE.UU. y China, lo que se refleja en el menor número de nuevas empresas dedicadas a esta tecnología en la región.
Los nuevos modelos de lenguaje, el actual estado del arte en IA, requieren grandes inversiones de capital, limitando su desarrollo a unos pocos actores globales. En Europa, el caso destacado es Mistral, una startup francesa que ha desarrollado un modelo de lenguaje competitivo. A pesar de su origen europeo, gran parte del capital de Mistral proviene de inversores estadounidenses, lo que ilustra la dependencia de Europa del capital extranjero para avanzar en este campo.
Desafíos de la regulación tecnológica
Una de las dificultades de la regulación en este ámbito es que puede quedar desfasada rápidamente debido a la velocidad del desarrollo tecnológico. Por ejemplo, la propuesta para el Reglamento europeo de IA presentada en abril de 2021 ya estaba desactualizada en algunos aspectos cuando el Parlamento Europeo llegó a un acuerdo en diciembre de 2023, debido a la aparición de modelos de lenguaje de gran escala, materializados en ChatGPT.
El AI Act introduce controles rigurosos en los sistemas de alto riesgo, similares a los del sector farmacéutico. A pesar de argumentar que es una regulación basada en el riesgo, el AI Act también ha considerado ciertos modelos de IA como de alto riesgo cuando han sido entrenados con una gran capacidad de computación (10²⁵ FLOPs). Una medida que puede quedarse obsoleta en pocos años.
En general, estas medidas cuentan con el apoyo de las grandes tecnológicas, que se benefician de las barreras de entrada que protegen su posición en el mercado, y pueden desincentivar la creación de nuevas empresas. El caso es que no hay grandes tecnológicas europeas. Es decir, la regulación puede dificultar la creación de nuevas empresas tecnológicas relevantes europeas.
El Efecto Bruselas probablemente continuará influyendo en la creación de bienes de consumo y servicios que manejan datos. Sin embargo, la reciente tendencia de publicar modelos avanzados de lenguaje sin acceso desde la UE[v] muestra que Europa podría estar accediendo tardíamente a tecnologías críticas que no puede producir por sí misma, lo que pone en riesgo su competitividad.
Impacto económico y social de la IA
La IA no solo afecta a la creación de bienes y servicios, sino que tiene el potencial de transformar el mercado laboral, la creación de valor en las empresas y la generación de riqueza, similar a revoluciones industriales anteriores. Informes recientes estiman que la IA podría aumentar el PIB mundial en hasta 25,6 billones anuales de dólares[vi] y que la automatización podría afectar a 300 millones de puestos de trabajo. Por dar una referencia a estas cantidades, la UE tiene un PIB de unos 20 billones y una fuerza laboral de 200 millones de trabajadores.
Esta posible destrucción masiva de empleo podría concentrar aún más el valor en las grandes empresas tecnológicas, aumentando la desigualdad económica entre regiones. La redistribución de los beneficios de la IA no será equitativa entre regiones, beneficiando a las áreas (EE.UU.) que desarrollan la tecnología mientras perjudican a las que solo la consumen (UE).
Conclusión
El enfoque regulatorio de la Unión Europea en la tecnología ha sido históricamente basado en la gestión de riesgos, sin prestar suficiente atención al desarrollo tecnológico interno. Ya se perciben frenos en servicios de IA que no se ofrecen inicialmente en Europa, lo que podría limitar la productividad y competitividad de la región.
Quizá Europa debería reconsiderar su estrategia, equilibrando la regulación del consumo de productos y servicios de IA con el fomento del desarrollo tecnológico interno. La IA tiene el potencial de ser la herramienta de producción más poderosa jamás creada, y no aprovecharla plenamente podría poner a Europa en una desventaja significativa frente a EE.UU. y China en la cuarta revolución industrial. La política debe enfocarse, además de en la protección de los derechos fundamentales, en asegurar que Europa pueda competir eficazmente en el panorama tecnológico global.
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