Cuando los tipos de interés están en cero y las turbulencias del mercado asustan, se hace difícil encontrar qué hacer con nuestro dinero.
Nadie pone en duda que el momento en el que estamos es realmente complejo, desde el punto de vista económico, y no lo es menos para aquellos inversores que tienen que decidir qué hacer con su dinero. Ni que decir tiene lo difícil que será conseguir rentabilidad, en un entorno marcado por los tipos de interés en cero unida a la volatilidad instalada en los mercados. Además, no parece que vaya a desaparecer: Brexit, elecciones en España y otros países, miedo a China, etc…
Debemos tener en cuenta que las decisiones de los inversores no deberían ser aisladas sino dentro de una “estrategia” global. Me puedo plantear qué hacer con 50.000 euros que acaban de vencer en un depósito a plazo fijo, pero debería tener claro el uso que le voy a dar (jubilación, comprar un coche, estudios de los hijos, etc.), cuándo lo voy a necesitar o si estoy dispuesto a asumir oscilaciones en los precios. Y si ese dinero es todo lo que tengo o es un 10% de mi patrimonio. Muchos son los ahorradores que se “pasan la vida de plazo en plazo”, renovando cada año los depósitos, perdiendo las posibilidad de aprovecharse de mejores rentabilidades, sólo accesibles en períodos más largos.
En cualquier caso, habrá que tener en cuenta lo que la persona/familia/inversor necesitan y en función de eso, tomar las decisiones oportunas. Es evidente que no somos todos iguales.
Para poder conseguir nuestros objetivos, necesitamos seguir esa estrategia y utilizar vehículos que nos permitan llevarla a cabo. Y no pueden ser cualesquiera. Deberán cumplir una serie de requisitos: la seguridad, la liquidez y ser eficientes fiscalmente. Seguridad entendida como imposibilidad para que quiebren y con elevada diversificación. Si hablamos de liquidez quiere decir que lo podamos hacer dinero en efectivo con facilidad, sin tener que esperar plazos de vencimiento ni tener que pagar por ello (un inmueble no es “líquido” y un producto estructurado, tampoco).
Por eso, los fondos de inversión se antojan idóneos para conseguir los objetivos. Pero esto es demasiado general. ¿El 100% de los fondos? Evidentemente, no. Preferiblemente, que sean fondos de gestión activa, fondos tradicionales, y dentro de esos, aquellos consistentes en su comportamiento durante varios años y que se ajusten a nuestra estrategia. Es deseable que no se compren porque estén de moda o porque alguna entidad los ha puesto en mercado y tiene que cumplir sus objetivos comerciales, sin importar la idoneidad para el cliente.
Sería ideal evitar tener productos garantizados/estructurados. Carecen de gestión alguna y suelen tener limitaciones como la liquidez, es decir, que no podemos disponer de ellos cuando queramos o para convertirlos en dinero tenemos que sufrir alguna penalización (coste adicional).
Inevitablemente, buscar rentabilidad pasa por asumir más riesgo y aunque todos los inversores quieren lo primero, no muchos están dispuestos a asumir esto último.
Para poder aunar todo lo anterior, lo mejor es recurrir a quien se puede poner de nuestro lado, alguien como un asesor financiero o banquero privado, pero que lo haga de forma independiente. Es la única manera de conseguir que los intereses estén alineados o de lo contrario, nuestro destino vendrá determinado por lo que diga el banco de turno, y no por nuestros deseos como clientes.
Francisco González Cuervo
Redacción EII